Vino
Plato. El agua plato.
Sobremesa de sobremesa en el comedor del barco nave crucera
cruz era.
Y algo serpentea en la orilla de la mesa:
viene llega el vino en bandeja
una moza joven hermosa
de mandíbulas apretadas y
autoridades desprendiéndose como cabellos de la
cabeza de Medusa.
Y Marcos se convirtió en piedra...
"¿Señor? ¿Hay algún problema?"
Melinda y yo sobrevivimos a que Marcos no pudiera dejar de morir infinitamente mirar a la niña. Piedra.
Hasta que por fin,
algo apareció de la boca de Marcos: "¿Cómo te llamás... c c c c c c c c c c c
c c c c c c c c c c
c c c c c c c c c c c
c c c c c c c c
c c c c c c c c c c c c
c c c c c c c c c c cuál es tu nombre?"
Melinda dió tajeó forzó trapeció un salto de gata baleada
en el aire y la pirueta herida
de muerte rasgó la herida
Melinda reventó herida: "¡Por Dios, Marcos! ¡Das la imagen de mongólico a la chica!"
Estoy seguro que el ojo diestro de la moza siguió la enfermiza parábola de Melinda en el aire, mientras el ojo siniestro concretaba despedía sepultaba lapidaba malabareaba
atoraba a Marcos.
"Ana, señor, mi nombre es."
Marcos soñaría todas las noches sin sueño con
esa empleada de cantina.
Enseguida comprendí clavadamente millones de melodías de putrefacto amor que escuché durante todo el viaje. Solo que este
aquel no era mi viaje (equipaje peaje herraje raje linaje).
Y la muchacha puso el vino sobre la mesa sin descorcharlo. Y lo dejó.
Y se fue.